Justificación

Nuestro actual Régimen no es democrático. En consecuencia, tampoco lo son los procesos electorales. Sin embargo, las urnas son la fuente de legitimación democrática de nuestro Régimen.

Con esa legitimidad, el Régimen puede hacer prácticamente todo lo que quiera. Puede vulnerar nuestros derechos, oprimirnos, reprimirnos, censurarnos, dar rienda suelta a la corrupción… casi con total impunidad. Casi con total libertad.
En cambio, a un Régimen cuya legitimidad esté cuestionada, le será más difícil pisotearnos si quiere mantener el disfraz de Régimen democrático.

Por nuestra parte, nosotros, el pueblo, con esa legitimidad, podemos pelear por nuestros derechos utilizando toda la fuerza moral de la que puede disponer una ciudadanía que se rebela contra una dictadura.
Pero, sin esa legitimidad, sólo somos antisistema luchando contra un régimen democrático. Así, ya hemos perdido.

Actuar en el “frente” electoral en coherencia con la realidad política

Si nuestro Sistema político fuera otro, si viviéramos en una auténtica democracia, podríamos recurrir a la vía parlamentaria para solucionar nuestros problemas, para transformar la sociedad.

Pero no es nuestro caso. Nuestro Sistema electoral está blindado contra la posibilidad de que una fuerza política antisistema llegue a conseguir mayorías parlamentarias suficientes como para cambiar las cosas. Sólo pueden gobernar las candidaturas promovidas por el propio Régimen.

Por eso toca luchar en la calle, porque las urnas están amañadas. Porque no hay democracia.

Pero eso no significa que no debamos actuar también en el frente electoral.

Porque nuestro Régimen obtiene algo muy importante de los procesos electorales: legitimidad democrática.

“Si hay elecciones, y la gente puede votar a diferentes partidos, y lo hace, es que aceptan el Sistema político. Entonces es que hay democracia.”

Cuidado. No es cierto que haya democracia, pero sí que votar a los partidos legitima al partido que salga vencedor de las urnas: si las elecciones valen cuando pensamos que podemos ganar, siguen siendo válidas si perdemos.
Y si aceptamos la validez de las urnas, perdemos la legitimidad para utilizar la presión ciudadana en la calle, fuera de los cauces legales establecidos (cada vez más estrechos), contra el Régimen: no podemos pretender ganar en la calle lo que hemos perdido (aceptando el juego electoral) en las urnas; sencillamente, no tenemos legitimidad para hacerlo.
Y sin legitimidad, tenemos todas las de perder. También en la calle.

Tenemos que quitarles, o, al menos, reducir, esa falsa legitimidad democrática que les dan las urnas.